La salamandra común (Salamandra salamandra) es el urodelo más ampliamente distribuido y mejor conocido de Europa. Se le reconoce por su brillante coloración aposemática negra y con manchas amarillas o anaranjadas, a veces repartidas de manera irregular y generalmente por todo el cuerpo. Las larvas de la salamandra común suelen nacer dentro del agua, donde acuden las hembras para realizar el parto.
Las aguas donde se desarrollan las larvas suelen ser manantiales o pequeños arroyos de agua fresca, oxigenada y limpia. Cada hembra pare de ocho a sesenta larvas, que son bastante parecidas a la madre, aunque difieren de ella por tener tres branquias externas alargadas a cada lado del cuello y la cola comprimida lateralmente en forma de aleta, (y por carecer de las características manchas amarillas del adulto), En algunas subespecies, como por ejemplo S. s. fastuosa de los Pirineos centrales y montes Cantábricos, y S. s. gallaíca del NE de Portugal y Galicia, las hembras paren a veces de 5 a 8 jóvenes salamandras ya formadas, prácticamente idénticas a los adultos a no ser por el tamaño, en vez de las larvas acuáticas usuales. En otra subespecie, la salamandra S. s. bernardezi de Asturias, las hembras paren siempre jóvenes ya formados, en número máximo de 25 y con una longitud total comprendida entre 2,7 y 5,1 cm.
Las larvas acuáticas, por su parte, pueden observarse en los remansos de manantiales y arroyos, reposando en el fondo, inmóviles, con sus patas extendidas a la espera de sus diminutas presas, de las que se apoderan lanzándose sobre ellas con rapidez. Cuando se convierten en salamandras adultas pierden las branquias externas, adquieren las manchas amarillas o anaranjadas del cuerpo y pierden la prolongación en cresta o aleta de su apéndice caudal. En esta fase de su desarrollo las salamandras abandonan el agua y se convienen en animales terrestres, hasta el punto de que deben acercarse al agua con precaución, para no ahogarse.
Las aguas donde se desarrollan las larvas suelen ser manantiales o pequeños arroyos de agua fresca, oxigenada y limpia. Cada hembra pare de ocho a sesenta larvas, que son bastante parecidas a la madre, aunque difieren de ella por tener tres branquias externas alargadas a cada lado del cuello y la cola comprimida lateralmente en forma de aleta, (y por carecer de las características manchas amarillas del adulto), En algunas subespecies, como por ejemplo S. s. fastuosa de los Pirineos centrales y montes Cantábricos, y S. s. gallaíca del NE de Portugal y Galicia, las hembras paren a veces de 5 a 8 jóvenes salamandras ya formadas, prácticamente idénticas a los adultos a no ser por el tamaño, en vez de las larvas acuáticas usuales. En otra subespecie, la salamandra S. s. bernardezi de Asturias, las hembras paren siempre jóvenes ya formados, en número máximo de 25 y con una longitud total comprendida entre 2,7 y 5,1 cm.
Las larvas acuáticas, por su parte, pueden observarse en los remansos de manantiales y arroyos, reposando en el fondo, inmóviles, con sus patas extendidas a la espera de sus diminutas presas, de las que se apoderan lanzándose sobre ellas con rapidez. Cuando se convierten en salamandras adultas pierden las branquias externas, adquieren las manchas amarillas o anaranjadas del cuerpo y pierden la prolongación en cresta o aleta de su apéndice caudal. En esta fase de su desarrollo las salamandras abandonan el agua y se convienen en animales terrestres, hasta el punto de que deben acercarse al agua con precaución, para no ahogarse.
Las salamandras adultas, que pueden llegar a superar los 20 cm de longitud, suelen permanecer escondidas durante el día, aunque en ocasiones abandonan sus escondrijos diurnos, especialmente cuando llueve tras una prolongada sequía. Entre los escondrijos diurnos, que tienen que ser húmedos y frescos, y suelen coincidir con los de invernada, se incluyen raíces de árboles, hendiduras de rocas y muros, lechos de hojarasca, madrigueras de pequeños mamíferos y leños muertos. La utilización de estos últimos dio pie a la creencia de que la salamandra era capaz de apagar el fuego o de vivir entre las llamas. Cuando la única calefacción era la chimenea o, más a menudo, una simple hoguera, no era raro, en efecto, que al echar un leño húmedo en el fuego, las salamandras invernantes que este contenía lograsen salir con vida protegidas por su secreción mucosa; de ahí a creer que estos anfibios eran resistentes a las llamas sólo había un paso. Asi se explica el nombre de salamandras que a veces reciben las estufas tradicionales, así como las armas del gran rey renacentista francés Francisco I, en cuyo blasón figura una salamandra y la divisa «Nutrisco et extingo», es decir, «lo alimento (el fuego) y lo apago», Las salamandras del centro de Europa suelen invernar de noviembre a febrero, pero en el sur de Europa, especialmente en zonas mediterráneas, la invernada se sustituye por una estivación, durante la cual los adultos se mantienen ocultos en escondrijos profundos y húmedos.
El máximo de actividad, como ya se ha dicho, se centra en las horas nocturnas, en tanto que las larvas se alimentan sobre todo durante el día. La reproducción tiene lugar en primavera y la fecundación se realiza en tierra, mediante un espermatóforo liberado por el macho y que es absorbido por la hembra. Ésta posee en el oviducto un receptáculo donde los espermatozoides pueden permanecer de un año para otro.